Reformulaciones de la imaginación a través del Urban Sketching


El agua baja por una lata de zinc oxidada, llega a la canoa, pasa al bajante y de ahí a la acera, dejando una marca color naranja ferroso que se va diluyendo hasta el caño y de ahí a mí mirada, que no le importa nada más que seguir ese rastro típico de un barrio urbano, sorprendida por la lentitud de este hecho ordinario.


Una línea transita a velocidad constante por el filo de un muro, cambia su ritmo en la cola de un gato, en el lomo, las orejas, los bigotes. La línea brinca y cae sobre un cable negro que se enrolla desordenadamente. Avanza equilibrista hasta la otra calle, al otro poste, se pierde... Reaparece en el zigzag de la madera, de izquierda a derecha repetidas veces, pasa por la madera roída del marco de una ventana septuagenaria, sube por una tela que vibra con el viento, la luz centellea sobre la superficie ondulante y la línea desaperece otra vez... Aparece unos metros más abajo en el desagüe de un caño, camina por el asfalto, recorre algunas hierbas y con prisa contornea la forma de un vehículo. Una motocicleta interrumpe y la línea se va con el repartidor. Un hueco en la calle aturde con el sonido de todas las piezas de la moto y la línea se cae... reposa sobre una piedrita a pleno sol en el centro de la avenida 18.
La luz cambia cada 5 minutos, durante 50 años las flores de muchos colores se ofrecen serenamente al transeúnte, cada 5 segundos unas chanceras venden números, ¡el 50! Se pelean la cuadra gritando sin ningún ritmo. Sobre la paleta el amarillo de los girasoles se va volviendo gris conforme avanzan las pinceladas. La mirada de don Mario Barrantes un poco incrédula, un poco interesada, sigue los movimientos de mi mano y los blancos donde apuntan mis ojos. Otra nube gris recubre al Sol, la luz vuelve a cambiar, un cliente llega y Don Mario se distrae.



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